Ahora todo es diferente.
Primero dijeron que con la lactancia materna una adelgaza aunque no quiera, porque quema muchas calorías. Pero yo tenía un hambre atroz y no, no adelgacé.
Después dijeron que bastantes problemas tenía (familiares y de trabajo) como para preocuparme por algo tan superficial como el peso.
Después dijeron que, de todos modos, me veía bien. Que tengo una cara bonita y un cuerpo proporcionado. Grande, pero proporcionado.
Y siempre, siempre, cuando intentaba hacer dieta, me dijeron que "por una vez no pasa nada" "tómate otra copa, no arruines la diversión" o "cómo no vas a comer tarta si estamos en un cumpleaños". Siempre era "sólo por hoy" y "no pasa nada" o "a ver si te vas a enfermar por no comer". Y al final me enfermé por comer mal. No mucho ni poco, sino mal.
Cuando alguien me muestre preocupación por su propia situación, nunca voy a quitarle importancia. No voy a decirle que con la ropa adecuada, un poco de maquillaje y el pelo arreglado se verá bonita. No voy a decirle que la vida son dos días y hay que disfrutar, y que la comida es un placer.
No. La comida NO es un placer. La comida es la gasolina que nuestro cuerpo necesita para funcionar bien. ¿Acaso vamos a cuidar mejor nuestros coches que nuestros cuerpos? Porque creo que a ninguno se nos ocurriría echarle al coche una gasolina diferente de la que necesita. Pero al cuerpo se lo echamos todo. Así, como si fuera un vertedero.
Yo ya estoy pagando las consecuencias. Y escribo este post desde el arrepentimiento y con la esperanza de que os motive a quienes aún estáis a tiempo. Para mi nada fue suficiente: ni verme bien, ni entrar en determinada talla, ni pensar en un hipotético perjuicio para mi salud, ni querer tener un embarazo saludable. Nada. Hasta que he llegado hasta aquí y ahora la dieta me la obligan los médicos. Y más me vale hacer caso de una vez.