Vero quería saber por qué voy al quiropráctico.
En mayo de este mismo año (hace seis meses) tuve una contractura cervical. Nunca me había pasado algo así, las pasé canutas. La seguridad social me tuvo una semana entera en reposo absoluto y absolutamente empastillada. Lo que eso supone para un autónomo os lo podéis imaginar. Es una catástrofe, con los consiguientes nervios por ver que están pasando los días y tú no estás en condiciones de trabajar.
Después de esa semana, yo seguía prácticamente igual que antes. Recuperé parte de la movilidad en el cuello, eso sí, pero lo que se dice bien, no estaba. Mucha gente me recomendó que fuera al quiropráctico, cosa que yo ni sabía lo que era, pero ante la coincidencia de tanta gente recomendándome lo mismo, decidí probar. Fue casi providencial, porque abrieroon uno cerca de casa justo en esa época.
Lo que más me gustó fue que, después de hacerte las pruebas, el diagnóstico y la propuesta de tratamiento, te invitan a una charla informativa. Y, además, prometen no medicarte. Me pareció muy lógica la explicación de que cada una de las vértebras se corresponde con una parte del sistema nervioso y que, obviamente, cuando una de esas vértebras no está en condiciones, el sistema nervioso se ve afectado en la parte correspondiente. A medida que el médico (porque es francés y allí esto es una carrera universitaria de medicina) me iba palpando cada vértebra, iba diciendo todos los males que me aquejaban. Parecía brujería, os lo aseguro.
El caso es que una de las vértebras que no estaban bien era la que se corresponde con el sistema digestivo (oh, sorpresa). La explicación que me dió fue ésta:
La información que iba del estómago al cerebro era errónea, como en el juego del teléfono. Así, después de haber comido mucho, mi cerebro recibía la información de que no había comido, por lo que emitía la orden de comer más, produciéndome más sensación de hambre. O, al revés. Sin haber comido, se enviaba la información de que sí había comido, por lo que el cerebro emitía la orden de comenzar una digestión que, en realidad, era innecesaria y perjudicial.
Y ésta es sólo una de las muchas disfunciones que padecía mi sistema nervioso, sin yo sospecharlo siquiera. La pena, me dijeron, es que la mayoría de la gente sólo va cuando le pasa algo como lo que me pasó a mi, cuando se encuentran realmente mal, o han tenido un accidente o algo así. Pero todos deberíamos ir a revisarnos la columna aunque nos parezca que estamos bien, porque lo más probable es que alguna parte no lo esté.
Empecé yendo tres días a la semana. Lo primero que noté, aparte del considerable alivio del dolor en las cervicales, fue que controlaba bastante bien el tema de la comida. Por fin me sentía saciada después de comer y empezaba a ser capaz de rechazar comida cuando sentía que no la necesitaba. Me daba igual que fuera la "hora de comer" o que pudiera parecer maleducada al rechazar una invitación. Lo primero era mi cuerpo y mi salud.
Lo segundo que noté fue que descansaba mucho mejor. Dormía menos horas pero eran más aprovechadas. Y, además, ya no me despertaba de mal humor, ¡¡algo nunca visto en los últimos años!!
Aprendí
lo importante que es hidratarse bien, incluso dejé de tomar alcohol (algo también impensable para mi hace tan sólo unos meses) y, por supuesto, aprendí la importancia de adoptar una postura corporal adecuada.
Después vinieron otras mejoras inesperadas, así que pienso seguir yendo por el momento.